Escribir es un deporte de riesgo en el que el autor está continuamente al filo del vacío en la siguiente hoja en blanco.
La tentación pudo con Víctor, el protagonista, autor de novelas que en la página 33, o 27, o 124, ha decidido dar el paso y colarse por ella hasta tocar fondo en un mundo oscuro donde apenas brillan por segundos las almas sin vida de sus personajes. El contacto con ellos es la trampa mortal que acabará con él. Ellos, los otros, Raúl y Lola, no dejarán escapar la oportunidad de robarle su último hálito de vida para escapar del libro. Al final, no se sabe si quien muere es el rey, o los que nacen, sus lacayos.
Lo que sí queda claro es que gana el teatro, la narrativa, la imaginación y sobre todo el barrio. Asistimos a un teatro puro, casi sin tablas, sin artificios. Apoyados en el cajón de las cervezas y refrescos. Donde no hay líneas rojas ni luces de escalera. Pero sí unas ganas inmensas de reunirse y compartir entre vecinos mucho más que un acto lúdico. Hoy el barrio de Carabanchel es puro teatro.
J.L Lacaci maneja con soltura la narración en tres actos y finaliza con maestría la historia, sirviéndose de una metafórica Niebla, encarnada en un humano vestido de blanco que ni es real ni es personaje; y que acaba ahogando al entrometido autor con un manto blanco.
Podemos entrar en valoraciones sobre la justificación de una puesta en escena sobria e híbrida entre la dramatización activa y leída, pero de lo que no cabe duda es de la concepción técnicamente sin suturas de un caso bien construído de narrativa con ruptura diegética.
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